Hoy descubrí que regalar cafeteras está de moda.
Ha de ser como una versión nueva de chocolates o de esos cristalitos que tenían mensajitos cursis y de estima.
O no, ha de ser como flores, desde un café instantáneo equivalente a una flor cortada de algún camellón hasta el arreglo inmenso de florería carísima que muele el grano y hace capuccinos de sabores.
Mi Lupita me regaló una cafetera de mi tamaño cuando recién me mudé de departamento. Entiendo el mecanismo, pero sigue siendo dificil atinarle a la cantidad de concentración. A pesar de rico, no es lo mismo. Como uno de esos adornos para la mesa de flores artificiales que parecen reales, agradable a la vista, imperceptible al olfato.
Otra más proveniente de un intercambio de enseres domésticos, sigue siendo un reto mental, ha de ser como esos tulipanes holandeses que hay qe regar con hielo y cuidarles la luz para que siga de pie el tallo y no se muera, y por más que lo intentes el bulbo al final queda seco a esperar el mayo siguiente. Ahora quizá lo entiendo, una vez al año podré hacer café en el tulipán.
Mi compañera de trabajo que está en el mismo piso llegó con una cafetera que le regaló su pareja, linda cafetera en un tono gris con múltiples funciones que con mi habilidad seguramente serían perjudiciales en lugar de ventajas sobre las demás, nuestras cafeteras convencionales, nuestras rosas rojas en papel celofán.
Podrían darme la florería entera, pero lo importante es el café con que se estrene la flor. Qué caso tiene tener un aparato mágico si en la tarjeta no va a decir nada.
jueves, 13 de marzo de 2008
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