En este hermoso día del amor y la amistad, estoy llena de
ira. El mentado frente frío llegó y arruinó la felicidad que trae el clima
cálido a este corazón congelado.
Desperté como cualquier otro día, sin la intención de los
mensajes o paletas con leyendas y poco a poco fueron llegando los mensajes
externos que me motivaron a hacer lo propio.
Mandé un mensaje colectivo a 25 personas importantes en mi
lista de whatsapp y borré todas las conversaciones creadas. El que responda
recibirá su mensaje, personal. Y así fue.
Después de una hiperventilación sufrida en mi lugar de
trabajo, al recuperar el ritmo normal de la respiración y no escuchar latir el
corazón en las sienes, llegó la analogía que me atañe.
Físicamente maduramos con el tiempo, y también con el tiempo
aprendemos a tener más conciencia de nuestro físico, de las consecuencias, de
los riesgos, del maltrato que provocamos a nuestro cuerpo. Al llegar a los
treinta, en retrospectiva pensamos, cómo pude haber tomado tanto, o haber
probado tal, comer en condiciones insalubres, hacer cosas insalubres,
arriesgarse, lastimarse, desvelarse, flagelarse, arrepentirse. Se torna más complicado treparse a un
bungee improvisado, aventarse a un río desde un peñasco, cortarse con un clavo
oxidado sin pensar en tétanos. A los cincuenta, peor, se tienen presentes las
desventajas y riesgos de consumir cerdo, sal, azúcar y conservadores en exceso,
se consideran las emociones como posible detonador de hipertensión, infartos,
o incluso diarreas, y los huesos se convierten en herramientas que aceitar y
cuidar de no dañarlos. Es decir, pasado el tiempo vamos limitando los excesos y
desboques para evitar episodios irreparables.
El sentimiento entonces no se entera que no es parte de lo
físico, crece con el cuerpo en cuanto a madurez de igual manera que la piel que
necesita más protección solar diaria. Crecemos pensando querer a todos,
entregando amor y lealtad que fracturan la confianza e inocencia. Aventándonos en
bungees de patanes o infieles que terminaron por reventar las cuerdas,
cubriendo las espaldas de quienes nos dejaron desangrar al no poder seguirles
el paso con una bala en la pierna, escuchando la misma canción una y otra vez
hasta que el sentido comienza nuevamente a dejar de tener sentido. El sentimiento
no sabe que no es físico, y nosotros tampoco. Debería ser al revés, que pasadas
las décadas se fueran quitando las capas y arneses que nos limitan, porque a diferencia
del cuerpo, el sentimiento se fortalece, madura y sabe lo que es y no le da
osteoporosis, cáncer, diabetes o hipertensión, aunque ésta última sí puede
provocarla.
Limitamos tanto el sentimiento, que lo lastimamos, lo
lastimamos al limitarlo para que no se lastime. No banda, el sentimiento no es
físico, a los treinta debe dejarse correr sin rienda, dejar que provoque
acciones espontáneas, chispazos de cursilería, dejarlo que se pinche con clavos
oxidados a los que ya somos inmunes, hablar de amor cuando se siente y dejarse
incendiar por el sentimiento, dejarse invadir por la sensación de morir por
alguien, de dejarlo todo por alguien, porque es el momento de hacerlo, el
cuerpo tiene la experiencia para soportarlo y el sentimiento -que piensa que es
físico-, en realidad apenas estaría aprendiendo a caminar. No todo debe ir en
el mismo orden, deberíamos morir queriendo a todos y creyendo en los demás,
ancianos y plenos, en vez de amargarnos con la desconfianza y decepción que
traen las arrugas y las operaciones de cadera. Vivir el enamoramiento de la
pubertad, el nerviosismo de la atracción, la magia de los detalles como si de
nuevo tuviéramos 16. Yo lo haría. Yo lo haré.
Terminaré de cerrar las conversaciones que me dan miedo. Se empieza por algo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario