jueves, 14 de febrero de 2013

El sentimiento no es cuerpo



En este hermoso día del amor y la amistad, estoy llena de ira. El mentado frente frío llegó y arruinó la felicidad que trae el clima cálido a este corazón congelado.
Desperté como cualquier otro día, sin la intención de los mensajes o paletas con leyendas y poco a poco fueron llegando los mensajes externos que me motivaron a hacer lo propio.
Mandé un mensaje colectivo a 25 personas importantes en mi lista de whatsapp y borré todas las conversaciones creadas. El que responda recibirá su mensaje, personal. Y así fue.
Después de una hiperventilación sufrida en mi lugar de trabajo, al recuperar el ritmo normal de la respiración y no escuchar latir el corazón en las sienes, llegó la analogía que me atañe.
Físicamente maduramos con el tiempo, y también con el tiempo aprendemos a tener más conciencia de nuestro físico, de las consecuencias, de los riesgos, del maltrato que provocamos a nuestro cuerpo. Al llegar a los treinta, en retrospectiva pensamos, cómo pude haber tomado tanto, o haber probado tal, comer en condiciones insalubres, hacer cosas insalubres, arriesgarse, lastimarse, desvelarse, flagelarse, arrepentirse. Se torna más complicado treparse a un bungee improvisado, aventarse a un río desde un peñasco, cortarse con un clavo oxidado sin pensar en tétanos. A los cincuenta, peor, se tienen presentes las desventajas y riesgos de consumir cerdo, sal, azúcar y conservadores en exceso, se consideran las emociones como posible detonador de hipertensión, infartos, o incluso diarreas, y los huesos se convierten en herramientas que aceitar y cuidar de no dañarlos. Es decir, pasado el tiempo vamos limitando los excesos y desboques para evitar episodios irreparables.
El sentimiento entonces no se entera que no es parte de lo físico, crece con el cuerpo en cuanto a madurez de igual manera que la piel que necesita más protección solar diaria. Crecemos pensando querer a todos, entregando amor y lealtad que fracturan la confianza e inocencia. Aventándonos en bungees de patanes o infieles que terminaron por reventar las cuerdas, cubriendo las espaldas de quienes nos dejaron desangrar al no poder seguirles el paso con una bala en la pierna, escuchando la misma canción una y otra vez hasta que el sentido comienza nuevamente a dejar de tener sentido. El sentimiento no sabe que no es físico, y nosotros tampoco. Debería ser al revés, que pasadas las décadas se fueran quitando las capas y arneses que nos limitan, porque a diferencia del cuerpo, el sentimiento se fortalece, madura y sabe lo que es y no le da osteoporosis, cáncer, diabetes o hipertensión, aunque ésta última sí puede provocarla.
Limitamos tanto el sentimiento, que lo lastimamos, lo lastimamos al limitarlo para que no se lastime. No banda, el sentimiento no es físico, a los treinta debe dejarse correr sin rienda, dejar que provoque acciones espontáneas, chispazos de cursilería, dejarlo que se pinche con clavos oxidados a los que ya somos inmunes, hablar de amor cuando se siente y dejarse incendiar por el sentimiento, dejarse invadir por la sensación de morir por alguien, de dejarlo todo por alguien, porque es el momento de hacerlo, el cuerpo tiene la experiencia para soportarlo y el sentimiento -que piensa que es físico-, en realidad apenas estaría aprendiendo a caminar. No todo debe ir en el mismo orden, deberíamos morir queriendo a todos y creyendo en los demás, ancianos y plenos, en vez de amargarnos con la desconfianza y decepción que traen las arrugas y las operaciones de cadera. Vivir el enamoramiento de la pubertad, el nerviosismo de la atracción, la magia de los detalles como si de nuevo tuviéramos 16. Yo lo haría. Yo lo haré. 

Terminaré de cerrar las conversaciones que me dan miedo. Se empieza por algo.

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